miércoles, 16 de septiembre de 2009

Favaloro un legado de Vida


publicado en: Periodico El Cronista Regional
el día 21/01/2004
por Cristina Mix


La desaparición física del Dr. René Favaloro, cardiocirujano, creador del by-pass coronario, provocó en todos los argentinos una gran pena, sumiendo en la angustia e impotencia a aquellos que hoy viven gracias a su sabiduría científica, su fundación y, sobre todo, su humanidad y honestidad.
La vida de Alberto Ramón Herrera no fue fácil. Cuando cursaba el segundo año en la Escuela Técnica de Laguna Paiva, falleció su padre que padecía de angina tabacal. Alberto se vio obligado a dejar los estudios para trabajar. Tiempo después, ya casado y con hijos quedó sin trabajo, por lo que decidió ir a Buenos Aires con su familia en busca de una ocupación. Junto a su esposa Juanita y sus cinco hijos, lograron salir adelante a pesar de los altibajos que la vida ofrece diariamente.
El 14 de diciembre de 1977, a las 14 hs., iba manejando su camioneta rumbo a su hogar, cuando sintió un fuerte dolor en el pecho, el que continuó soportando sin querer decirle a su esposa para no preocuparla. Al otro día a las 7 hs., cuando el dolor ya se había tornado insoportable, lo trasladaron rápidamente hasta una clínica cercana. El médico de guardia les dijo que Alberto estaba infartado desde hacía 24 horas. Entonces lo condujeron a terapia intensiva y el estudio del cateterismo dio como resultado que tenía las dos arterias tapadas, una el 100% y la otra el 80%, o sea que tenía en funcionamiento solamente el 20% de una arteria. Allí comenzó para Juanita y sus hijos un duro peregrinar tratando con cirujanos, quienes le aseguraron que ya no había nada que hacer. No era conveniente operar, no había posibilidad de vida, sólo restaba esperar el final. Desesperada, Juanita tomó la decisión de llevar todos los estudios clínicos a la Fundación Favaloro, la recibió el Dr. Roberto Favaloro, quien dijo: "riesgoso, pero operable".
Comenzaron los trámites para trasladar al paciente a través de PAMI, ya que Alberto es jubilado por invalidez a causa de un accidente de trabajo, desde 1991. Más que trámites fue una lucha; uno, dos, tres días, perdiendo la noción del tiempo que pasaba entre pilas de papeles llenos de egoísmo y burocracia insensibles.
Finalmente, el 1 de enero de 1998 lograron internarlo en la Fundación. Al día siguiente, a las 6 hs., lo llevaron para prepararlo para la operación. La espera para sus familiares fue desesperante, hasta que a las 19 hs., el Dr. Roberto Favaloro los llamó para darles la noticia: la operación, a pesar de lo difícil, fue un éxito. Tuvieron que recurrir a la electricidad, pues el corazón no quería marchar. Se le colocaron siete by-pas, siendo el primer paciente que recibía esa cantidad, además de un cartílago bovino y una válvula. La operación fue a corazón abierto, también le colocaron dos marcapasos. Tenía sensibilidad en los miembros, pero no dormía.
A la una de la madrugada del día 3 despertó consciente, pero aún la gravedad era extrema. Debía pasar 48 horas en pos operatorio. En esos momentos que yacía grave, Alberto recuerda que despertaba de a ratos. Abría los ojos y encontraba un hombre frente a el mirándolo fijo. Volvía a despertar y veía un pozo oscuro y enorme frente a el y esos ojos siempre fijos en él. Cuando se recuperó supo que nunca estuvo solo, un médico lo acompañó permanentemente controlando sus reacciones.
A las 48 horas de operado le retiraron los marcapasos. El corazón del Alberto comenzó a latir nuevamente por sí solo. A los seis días lo trasladaron a sala de recuperación y a los diez días a la sala de recuperación libre.
"Ese día -comenta Alberto a El Cronista- me visitó uno de los médicos más grandes del mundo, René Favaloro. Me dijo que estaba muy bien y que muy pronto me darían el alta. Al otro día volvió a las 8 hs., me dio un apretón de manos y me dijo que me cuidara mucho, que todo estaba bien". Ese momento de su vida, Alberto jamás olvidará.
La recuperación fue muy dura, hubo complicaciones afectando el pulmón derecho, pleura, secuelas de la gran operación. Al comenzar a caminar la agitación era intensa, debió comenzar despacio, poco a poco como un niño, apretando los dientes por el dolor y el temor a la muerte.
Carlos, su hijo mayor, afirmó: "Solamente en la Fundación Favaloro podían realizar esa operación. Otros no podrían haberlo hecho. Fue un milagro junto al amor de mi madre que rompió muchas barreras luchando contra todos los impedimentos y trabas que se cruzaron en el camino. Nunca aflojó, nos enseñó, como siempre a no perder las esperanzas. Nadie creía en la gravedad del caso. Nosotros tomamos conciencia cuando el lloraba o esperaba que hiciéramos algo, como para llevarlo a casa. Fue muy duro, pero estuvimos juntos y vamos a seguir así".
El 15 de enero le dieron el alta. "Fue un volver a vivir -dijo Juanita- gracias al Dr. René Favaloro, a la Fundación, al Dr. Roberto Favaloro y su equipo y a Dios, él está bien. Ahora lleva dos años y once meses de vida nueva".
Cuando ese día Alberto vio el sol, sintió que volvía a la vida, la alegría de volver a ver a sus nietos, sus vecinos y demás familiares, su casa, los árboles, el mundo con sus buenas y malas cosas. Claro que tiene que cuidarse, debe caminar mucho, comer sano, pero ello no le impide ser feliz con sus 58 años de edad y una nueva vida por delante. Cada tanto visita a su madre y demás familiares en Laguna Paiva. Además, con Juanita, se llegan a la Fundación Favaloro para colaborar en la alcancía que se encuentra en el hall de entrada, para ayudar humildemente de alguna manera.
Alberto da cada día gracias a Dios y tiene un sitio especial en su corazón para el buen Doctor Favaloro, médico excepcional. Fue humilde, pero un gran hombre.


P.D.

A la fecha del 16 de Setiembre de 2009 Alberto dá gracias a René y Roberto Favaloro por su recuperaciòn , mientras disfruta a su familia .-

domingo, 6 de septiembre de 2009

EL CEIBO DE LAS NOVIAS

CUENTO De CRISTINA MIX
Edición 2.006
Ilustraciones: SELENA GRIMALT
 
I
En una tarde dorada de hace tiempo, pequeña, adolescente y hermosa, de largos cabellos enrulados que viajan en los brazos del viento, tirada de bruces en el cantero donde el ceibo de tronco frágil guía sus ramas desparejas intentando subsistir bajo el calor. Un muchacho veinteañero pasa cansado, acalorado, ensaya una sonrisa frente a los ojos oscuros de Elena, quieta, lo sigue en su mirada.
Se siente el silencio de la siesta, pequeña Elena soñando fantasías, pequeño ceibo creciendo en la plaza del pueblo Reynaldo Cullen.
 
II
Pasó el tiempo, el ceibo afirmó sus raíces en la tierra.
Elena creció y también su hermosura, apoyada su espalda en el tronco del ceibo mientras las hojas del otoño caen, un hombre se acerca, a pasos lentos, cansado.
En la memoria de Elena surge una sonrisa, una mirada, hace tiempo, en el mismo lugar, él, se detiene, en su mirada madura hay un destello de asombro y ternura, conversan, cuenta a Elena su pena, estuvo en la cárcel, fue injusticia política de duros tiempos.
Una o dos veces a la semana se encuentran y con el diálogo se conocen, mientras el amor va surgiendo, el ulular de sirenas ferroviarias van cubriendo el espacio, el ceibo sigue expandiendo sus ramas retorcidas, su noble madera ya soporta el juego de los niños de un pueblo que va creciendo.
Como un rayo certero que dio en su pecho, Elena sintió la negación de su padre, que al amor se oponía aludiendo que el hombre era mayor, que estaba marcado por la ley, que no correspondía a su partido político, que las vecinas, que el trabajo, que ¡Lo prohibía!

Franco ya no pudo seguir trabajando en los talleres ferroviarios, decidió ayudar activamente en el comercio a su padre. Se sentía acorralado, perseguido en sus ideas, decidió partir en busca de otros aires. Estaba en la estación esperando el tren del norte, mucha gente agolpada, más allá unos hombres discutían, entre orgullos y prepotencia una mano, luego otra, uno que cae a las vías y el tren chaqueño que llegaba. Franco no lo pensó, se arrojó de un salto sobre los rieles, apoyó toda su fuerza para levantar al otro y como pudo, empujó, descubriendo con sorpresa que al que estaba salvando era el padre de Elena, unos hombres sobre el andén ayudaron, la locomotora no pudo frenar a tiempo y con su punta de hierro atrapó una pierna de Franco.
En la ambulancia ferroviaria de prisa lo trasladaron a Santa Fe.
Los días fueron pasando, Elena desesperaba, en la Escuela de Mujeres donde ella asistía cosían y tejían, también bordaban. Intentando ayudar a Elena un grupo de alumnas con una profesora viajaron a Santa Fe para llevar como obsequio
ropitas de bebés al Hospital de Niños, entre la algarabía de las jóvenes Elena con disimulo corrió hasta el Hospital Italiano para abrazar a su amor.

III
Franco regresó a la casa de sus padres, con un andar diferente, secuela del accidente.
En el pueblo comentaban por todo lo acontecido.
Un día el padre de Elena se acercó por el negocio y le dio a Franco un abrazo y le concedió la mano de su hija, que lloraba día y noche en los rincones.
La primavera vistió al pueblo de azahares.
Franco esperó, en la parroquia Sagrado Corazón de Jesús, a Elena con su vestido de novia dando al fin el sí anhelado, ella del brazo de Franco creía vivir un sueño. Al salir de la parroquia, el joven fotógrafo con su flamante cámara iluminó a los novios, la brisa trajo de pronto como un recuerdo sencillo lo vivido junto al ceibo y con pasos muy seguros se dirigieron a la plaza, al cantero suroeste donde el ceibo brillaba bajo la luna con sus flores en ramilletes como rojos corazones.
Elena y Franco se tomaron de las manos para posar en la primera fotografía que transportaría sueños con imágenes de novias junto al ceibo en flor.