viernes, 22 de abril de 2011

RECORDANDO A MIGUELITO

La primer vez que escuché su nombre fue por una emisora de radio, la conductora del programa leyó una poesía dando a conocer el nombre del autor: Miguel Ángel Montenegro, además invitó a los oyentes a participar, asistiendo, llamando o escribiendo, debido a la distancia que nos separa, ya que se trata de una radio de la provincia de Entre Ríos, que se encuentra dividida de Santa Fe por el río Paraná, comencé a participar del programa escribiendo, luego de un tiempo se presentó la ocasión de asistir a una fiesta en la misma ciudad, Paraná, a la que se llega a través del río, surcando las majestuosas aguas marrones por balsa , siendo un paseo magnífico o bien, de manera más rápida por el túnel subfluvial, construido sobre el lecho del río. , con mi esposo viajamos por el túnel y aprovechando la oportunidad de estar en esa ciudad, fuimos a la emisora de radio, pudiendo participar de los últimos minutos del programa e invité a Amalia Granero, conductora del mismo a participar con nosotros de la fiesta, ya que allí se encontraban oyentes que ansiaban conocerla, aceptó, de esa manera tuve la oportunidad de tratarla en una larga conversación donde le comenté el agrado que me producía escuchar los poemas de Miguel Ángel, sin más, escribió en su cuaderno, retiró la hoja del mismo y me la entregó diciendo :”Escríbele le va a encantar”.
Le escribí y le encantó.
A los pocos días recibí un gran sobre marrón conteniendo a modo de carta diez páginas escritas, algunos poemas de su autoría y fotocopia de su documento, de ahí en más se produjo un ir y venir de correspondencia, llegaban más de las que iban, con mis actividades no hacía tiempo de contestar sus largas cartas, cuando ya estaba recibiendo otra, casi todas comenzaban así:” Acabo de despachar una carta para vos y ya estoy escribiendo nuevamente….”
Nos contábamos vida, secretos, sueños cumplidos y los otros, tristezas y alegrías, él sólo había cursado unos pocos años de escuela primaria, decía que era “ex” de todo, que sus oficios fueron múltiples, tenía una filosofía de vida, de tanto andar caminos, fue un ejemplo para mí, ayudándome a comprender el complejo mundo en que vivimos, recuerdo cuando uno de mis hijos partió desde éstas cálidas tierras, donde nada sabemos de mares y tempestades, hacia las heladas aguas del sur, embarcándose en un buque pesquero, le escribí a M. Ángel llena de dolor, entre otras cosas me respondió..”Tu hijo salió a cachetear a la vida, antes que la vida lo abofeteé a él”.
Palabras que quedaron atrapadas en mi memoria, fortaleciéndome por siempre, otra vez le conté de mis nietos, me contestó con un poema: “Quisiera tener un nieto”. Yo, lo llamaba Miguelito, le gustaba, decía que sabía a dulce, él, me llamaba princesa.
Un día, sonó el teléfono, era él, me dijo…”Ché, nena, mira la hora, dentro de media hora me avisas y corto”.Le contesté que no gastara tanto, a lo que replicó, “¿Gastar?... no te imaginas el placer que es para mi escuchar tu voz”.
Desde ese día, todos los domingos al mediodía llamaba puntualmente, yo levantaba el tubo exclamando ¡”Hola, miguelito”!, él respondía con su voz suave, casi ronca., “Hola Princesa”.
Entre una y otra palabra mezclaba el humor, yo reía, decía que mi risa estallaba como un cristal, escribió poemas para mí, diciendo que no era poeta, solo pintaba acuarelas con sus palabras, cierta vez, llegó a discutir con la vecina porqué barría las hojas del otoño, defendiendo mi teoría de dejarlas que el viento las lleve, hablamos de conocernos físicamente, ya que en alma y espíritu nos entendíamos, él no podía viajar por sus motivos, tampoco yo por los míos,, cierta vez me dijo..”¿Princesa, porqué no fuiste mi hija?...” con un nudo en la garganta respondí…”Pero, nos encontramos miguelito y es maravilloso”.
Así continúo nuestra amistad entre versos, cartas y conversaciones telefónicas, mensajes y poesías a través de la radio.
Un día, sonó el teléfono, era Amalia diciendo:”M. Ángel ya no puede leer ni escribir”.
Dibujé mi mano sobre papel vegetal, dentro de la palma repujando escribí.”Esta es mi mano, amigo”, la coloqué en un sobre y la despaché, pensé en que alguien le leería, seguí escribiendo, a veces pocas palabras, no importaba la cantidad, sólo que él supiera que estaba en mi corazón. Una noche, escuchando radio, me sorprendió Amalia, leía mis cartas dedicadas a Miguel Ángel, él, se lo había pedido, ella lo visitaba, católica, integrante de la pastoral de los enfermos, humana, llena de ternura, recuerdo una pregunta que Miguelito repetía en sus cartas. “¿De donde sacaran tanta ternura, las mujeres?”
Amalia volvió a llamar…”Miguel Ángel se muere, quiere conocerte, pide que te describa para imaginarte, te nombra a cada instante.”
Pasaron dos meses sin poder viajar, desesperaba pensado que partiría hacia el sueño eterno sin recibir mi visita. Al fin pude llegar hasta el geriátrico donde se encontraba, , me esperaban, el director nos acompañó hasta el patio, señaló la habitación, sentí que una garra helada estrujaba mi alma, parecía un galpón de trastos viejos, respiré profundo, sacudí la angustia que me embargo en ese momento y entré exclamando:¡Hola, Miguelito!, estaba en un sillón de ruedas, nos abrazamos un largo rato, le entregué un almohadón verde que había confeccionado para él, en el que pinté un tintero, una pluma y un pergamino con su nombre, se abrazó a él y lloró, mientras yo acariciaba sus hombros sacudidos por el llanto, cuando se calmó me pidió que lo acostara, exponiendo que se llevaba mejor con el dolor en la cama, con la ayuda de mi esposo, lo acostamos, coloqué el almohadón bajo su cabeza, Oscar se sentó en la silla junto a la mesita, él, le pidió abriese el cajón y retirará un obsequio para mí, era una tosca con forma de pensador, él, la llamó responso, la había levantado de la orilla de su amado río, cuando aún caminaba, la acepté como un tesoro que aún conservo. Me senté sobre el borde de la cama, tomé su mano izquierda entre las mías, tan blanca y suave de dedos largos y finos, me impresionaron al igual que el azul profundo de sus ojos, donde temí ahogarme, charlamos de temas variados entre gemidos de dolor recitando poesías, hasta que llegó la noche. Me despedí con un beso, él, susurró a mi oído.”Después de conocerte morir ya no importa”.
Catorce días después falleció. La misma emisora de radio que me permitió conocerlo, anunció su muerte. Fue un domingo al mediodía.-

Cristina Mix

Publicado en el año 2002 en la revista “Feria y fiesta” de Villanueva –Córdoba- España