domingo, 6 de septiembre de 2009

EL CEIBO DE LAS NOVIAS

CUENTO De CRISTINA MIX
Edición 2.006
Ilustraciones: SELENA GRIMALT
 
I
En una tarde dorada de hace tiempo, pequeña, adolescente y hermosa, de largos cabellos enrulados que viajan en los brazos del viento, tirada de bruces en el cantero donde el ceibo de tronco frágil guía sus ramas desparejas intentando subsistir bajo el calor. Un muchacho veinteañero pasa cansado, acalorado, ensaya una sonrisa frente a los ojos oscuros de Elena, quieta, lo sigue en su mirada.
Se siente el silencio de la siesta, pequeña Elena soñando fantasías, pequeño ceibo creciendo en la plaza del pueblo Reynaldo Cullen.
 
II
Pasó el tiempo, el ceibo afirmó sus raíces en la tierra.
Elena creció y también su hermosura, apoyada su espalda en el tronco del ceibo mientras las hojas del otoño caen, un hombre se acerca, a pasos lentos, cansado.
En la memoria de Elena surge una sonrisa, una mirada, hace tiempo, en el mismo lugar, él, se detiene, en su mirada madura hay un destello de asombro y ternura, conversan, cuenta a Elena su pena, estuvo en la cárcel, fue injusticia política de duros tiempos.
Una o dos veces a la semana se encuentran y con el diálogo se conocen, mientras el amor va surgiendo, el ulular de sirenas ferroviarias van cubriendo el espacio, el ceibo sigue expandiendo sus ramas retorcidas, su noble madera ya soporta el juego de los niños de un pueblo que va creciendo.
Como un rayo certero que dio en su pecho, Elena sintió la negación de su padre, que al amor se oponía aludiendo que el hombre era mayor, que estaba marcado por la ley, que no correspondía a su partido político, que las vecinas, que el trabajo, que ¡Lo prohibía!

Franco ya no pudo seguir trabajando en los talleres ferroviarios, decidió ayudar activamente en el comercio a su padre. Se sentía acorralado, perseguido en sus ideas, decidió partir en busca de otros aires. Estaba en la estación esperando el tren del norte, mucha gente agolpada, más allá unos hombres discutían, entre orgullos y prepotencia una mano, luego otra, uno que cae a las vías y el tren chaqueño que llegaba. Franco no lo pensó, se arrojó de un salto sobre los rieles, apoyó toda su fuerza para levantar al otro y como pudo, empujó, descubriendo con sorpresa que al que estaba salvando era el padre de Elena, unos hombres sobre el andén ayudaron, la locomotora no pudo frenar a tiempo y con su punta de hierro atrapó una pierna de Franco.
En la ambulancia ferroviaria de prisa lo trasladaron a Santa Fe.
Los días fueron pasando, Elena desesperaba, en la Escuela de Mujeres donde ella asistía cosían y tejían, también bordaban. Intentando ayudar a Elena un grupo de alumnas con una profesora viajaron a Santa Fe para llevar como obsequio
ropitas de bebés al Hospital de Niños, entre la algarabía de las jóvenes Elena con disimulo corrió hasta el Hospital Italiano para abrazar a su amor.

III
Franco regresó a la casa de sus padres, con un andar diferente, secuela del accidente.
En el pueblo comentaban por todo lo acontecido.
Un día el padre de Elena se acercó por el negocio y le dio a Franco un abrazo y le concedió la mano de su hija, que lloraba día y noche en los rincones.
La primavera vistió al pueblo de azahares.
Franco esperó, en la parroquia Sagrado Corazón de Jesús, a Elena con su vestido de novia dando al fin el sí anhelado, ella del brazo de Franco creía vivir un sueño. Al salir de la parroquia, el joven fotógrafo con su flamante cámara iluminó a los novios, la brisa trajo de pronto como un recuerdo sencillo lo vivido junto al ceibo y con pasos muy seguros se dirigieron a la plaza, al cantero suroeste donde el ceibo brillaba bajo la luna con sus flores en ramilletes como rojos corazones.
Elena y Franco se tomaron de las manos para posar en la primera fotografía que transportaría sueños con imágenes de novias junto al ceibo en flor.

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